27/6/17

EL PUNTO OMEGA (III)


Claude Tresmontant escribe: Toda la obra científica de Teilhard puede caracterizarse como un esfuerzo para leer, en la misma realidad, y sin acudir a ningún supuesto metafísico, el sentido de la Evolución, para elucidar su intencionalidad inmanente, en el orden mismo del fenómeno, por el método científico solamente, generalizando así, en el dominio del Fenómeno espacio-temporal total, una diligencia reconocida como legítima en otras regiones del saber, en psicología, por ejemplo, como ya hemos dicho.

La evolución continuada.

Además de la evolución biológica y la tendencia descrita antes, le sigue la evolución cultural del hombre, que ha de ser una continuación de aquella.
“Sin ninguna razón científica precisa, sino por simple efecto de impresión y rutina, hemos adquirido la costumbre de separar unos de otros, como si pertenecieran a dos mundos diferentes, los ordenamientos de individuos y los ordenamientos de células, siendo sólo los segundos mirados como orgánicos y naturales, por oposición a los primeros, relegados al dominio de lo moral y lo artificial. Lo social (lo social humano sobre todo), se considera asunto de historiadores y de juristas, más que de biólogos.
Superando esta ilusión vulgar, intentemos más sencillamente, la vía contraria. Es decir, ampliemos, sin más complicaciones, la perspectiva reconocida más arriba como válida para todos los agrupamientos corpusculares conocidos, desde los átomos y las moléculas hasta los edificios celulares inclusive. Dicho de otra forma, decidamos que los múltiples factores (ecológicos, fisiológicos, psíquicos) que actúan para aproximar y relacionar establemente entre sí a los seres vivientes en general (y más especialmente a los seres humanos), no son más que la prolongación y la expresión, a este nivel, de las fuerzas de complejidad-conciencia, que como decíamos, siempre han sido actuantes, para construir (tan lejos como sea posible y en todos los lugares donde sea posible en el Universo), en dirección opuesta a la entropía, conjuntos corpusculares de orden cada vez más elevados.

Según la expresión de Julian Huxley, el hombre no es otra cosa que la evolución hecha consciente de sí misma.
El hombre toma conciencia de la corriente ontológica que le arrastra y tiene en su mano ciertas palancas de mando. La condición primera para que el hombre acabe la obra cósmica emprendida, es que la evolución o en términos metafísicos, la Creación, descubra que tiene un sentido. Si hay fracaso, la culpa no deberá ser imputada al Universo, ni a la Creación, sino al hombre. El hombre no es solamente una nueva especie de animal, como todavía se repite con demasiada frecuencia. Representa, inicia una nueva especie de vida.

Después de la era de las evoluciones sufridas, la era de la auto-evolución, en él, la conciencia, por primera vez sobre la Tierra, se ha replegado sobre sí misma, hasta convertirse en pensamiento, para el mundo, estar construido de tal modo que el pensamiento que ha salido evolutivamente de él tenga derecho a considerarse irreversible, en lo esencial de sus conquistas y que la conciencia, florecida sobre la complejidad, escape, de una manera o de otra, a la descomposición de la que nada podrá preservar, a fin de cuentas, al tallo corporal y planetario que la soporta. A partir del momento en que ella se piensa, la evolución no podrá ya aceptarse, ni autoprolongarse, más que si se reconoce irreversible, es decir, inmortal.

El hombre, al mismo tiempo que un individuo centrado en relación consigo mismo (es decir, una persona) ¿no representa un elemento, en relación con alguna nueva y más alta síntesis?. Conocemos los átomos, sumas de núcleos y de electrones; las moléculas, sumas de átomos; las células, sumas de moléculas, ¿no habrá entre nosotros, una humanidad en formación, suma de personas organizadas?. Y ¿no es ésta, por lo demás, la única manera lógica de prolongar, por recurrencia (en la dirección de mayor complejidad centrada y de mayor conciencia), el curso de la moleculización universal?.

Introducción al Pensamiento de Teilhard de Chardin - Claude Tresmontant - Ediciones Taurus.

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