4/1/14

EL DILEMA DEL DESEO

“Siempre sin deseo, uno puede ver el misterio. Siempre deseando, uno puede ver las manifestaciones. Estas dos se originan en la misma fuente pero difieren en nombre; esto se aparece como oscuridad. Oscuridad en el interior de la oscuridad. La puerta a todo misterio.” Lao Tze.
Fiel a su esencia, el Sutra empieza con el fin, dice: “Siempre sin deseo, uno puede ver el misterio.” Ahí está la clave primordial, que es que es el deseo mismo, no nos permite ver el misterio de la existencia. Continúa: “Siempre deseando uno puede ver las manifestaciones.” esa es la segunda clave, que es el deseo mismo el que proyecta la realidad, al desear algo, ese deseo, ese pensamiento se convierte en un velo (el mítico velo de Isis) a través del cual vemos movimientos externos, manifestaciones del deseo, pero no nos permite ver el misterio detrás del mismo. Así que el velo tiene una doble función: la primera es la de proyectar en la existencia aquello que deseamos y la segunda es taparnos los ojos al misterio.

¿Por qué es necesario tapar los ojos al misterio para poder proyectar lo que deseamos?, ¿Para evitar la cruda realidad de que nuestro deseo es una ilusión, no tiene existencia propia, nos lo inventamos?.
El ser humano pareciera estar maldito con el deseo, al menos esa es una conclusión a la que se puede llegar al ver la futilidad de perseguir todo objeto de deseo que se postre ante nuestra mirada codiciosa. Ya que quien haya dedicado al menos un poco de tiempo a observar este fenómeno en su interior, se daría cuenta que todo objeto de deseo, al ser poseído pierde su “brillo”. Tal vez sea por ello que muchos se engañan a sí mismos en la búsqueda de un objeto de deseo inalcanzable, como ser dueño del mundo, de la luna,  o a veces ese objeto está lleno de palabras decoradas como Nirvana, el Cielo o Dios; pero a fin de cuentas es el mismo mecanismo de codicia que persigue el dinero y poder, que nos lleva a perseguir estos otros “objetos” místicos. La misma cualidad de mente, distintos objetos externos.

El viejo maestro no hace distinción entre tipos de deseo y dice: “Estas dos se originan en la misma fuente pero difieren en nombre; esto se aparece como oscuridad”. Ahí el maestro nos da la llave, dice que el origen de ambos, el misterio y las manifestaciones del deseo, es percibido por el ego como oscuridad.

Cuando cerramos los ojos, en meditación, sin hacer nada… Ahí es donde se encuentra esa oscuridad, que el ego descarta como si fuera “nada”, pero, tal vez sea algo más que un vacío. Al menos eso es lo que parece indicar el viejo maestro, diciendo que ahí es precisamente donde se encuentra el origen.

¿Cuál origen? ¿El origen de qué?, esas preguntas son obvias al encontrarse con esa paradoja, a las que el maestro responde:
“Oscuridad en el interior de la oscuridad. La puerta a todo misterio.” Eso que percibimos como oscuridad, como la nada, como un vacío que no podemos llenar, eso mismo es la puerta de todo misterio; nos aconseja que entremos en ella para reconocer la verdad que está detrás de lo aparente.

Para ilustrar esto: En la analogía de un perro que persigue su cola, donde hay 3 posibilidades:
-Puede seguir persiguiendo su cola.
-Entretenerse con otra distracción.
-Darse cuenta que es su cola.

Es similar a cuando somos dirigidos por nuestros deseos, hay 3 posibilidades:
-Podemos seguir persiguiendo los objetos de deseo y cuando se obtienen buscar nuevos objetos de deseo hasta el infinito.
-Nos podemos entretener con distracciones para tapar el vacío como: ir de compras, la televisión, un partido de fútbol etc.
-O podemos darnos cuenta de que somos nosotros quienes proyectamos esos objetos de deseo, para luego ir tras ellos en una búsqueda fútil por una felicidad escurridiza.

¿Es el hombre infeliz por naturaleza?
El infeliz es el ego que creamos por supervivencia, pero en su crecimiento pasa a ser de un mecanismo de defensa a un castillo alrededor del corazón… Es tan fácil como observar a los niños jugar, ellos no persiguen un objeto de deseo al jugar, sino que son la encarnación de la felicidad y alegría por vivir en el presente, sin expectativas por los resultados.

Ahí es donde comprendemos las palabras del Maestro Jesús El Nazareno: “A no ser que se conviertan como niños pequeños, nunca entrarán en el  reino de los cielos.”

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